En opinión de Carolina Ruiz Rodríguez, diputada local, presidenta de la Comisión de Atención a Personas Migrantes en el H. Congreso del Estado de Morelos.
El fenómeno migratorio se vuelve cada vez más complejo, tanto para su análisis como para quienes lo viven. Miles de personas dejan atrás su hogar, su historia y su entorno para buscar muchas veces desde cero una oportunidad de vida en otro destino.
Existen distintos tipos de migración, pero las más reconocidas son la interna y la internacional. La primera ocurre cuando alguien se muda a otro municipio, estado o región dentro de su propio país; la segunda, cuando se cruza una frontera hacia una nación distinta.
Con frecuencia también se confunden los términos emigrante, inmigrante y migrante. El primero es quien se va de su lugar de origen; el segundo, quien llega a establecerse a otro sitio; y el tercero, un término general que engloba ambos procesos.
Las causas que impulsan la migración son múltiples: pobreza, violencia, persecución, desastres naturales o falta de oportunidades. Pero hay algo común en casi todas las historias de desplazamiento, voluntario o forzado, interno o internacional: las personas migrantes enfrentan diversos tipos de violencia.
Según la Organización de las Naciones Unidas (ONU), la ruta más peligrosa del mundo es la que cruza el Mediterráneo, entre África y Europa. En el continente americano, la más riesgosa es la ruta México–Estados Unidos. En ambos trayectos, los migrantes están expuestos a tortura, violencia física, detenciones arbitrarias, muerte, secuestro, explotación sexual, extorsión, trata, esclavitud, extracción de órganos y expulsiones colectivas.
Gran parte de estos abusos provienen de grupos criminales locales e internacionales. Sin embargo, la propia ONU advierte que también hay funcionarios públicos como policías, militares o agentes fronterizos implicados en muchos de estos atropellos.
En estos momentos la situación más complicada de violaciones a los derechos humanos fundamentales, sin duda, se vive en los Estados Unidos. En este país agentes del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas, sobre todo, cometen excesos que cuestan vidas de migrantes, en su mayoría, de origen latino. Lo peor es que solo atienden indicaciones.
Bram Frouws, director del Centro Mixto de Migración, que es una organización que se dedica a investigar y analizar los complejos flujos de personas con diferentes motivos y situaciones migratorias, lo resume con crudeza:
“Sean quienes sean, cualquiera que sea su categoría, quienes cometan abusos contra migrantes deben rendir cuentas. Sin embargo, gran parte de esto sucede en una situación de impunidad casi total”.
Esta impunidad es inaceptable. Es urgente que países tradicionalmente de tránsito como el nuestro, fortalezcan los mecanismos de protección a migrantes, garanticen su visibilidad, sean inclusivos, brinden acceso a servicios básicos y les ofrezcan seguridad durante su paso o estancia.
La migración es un derecho humano, no es un delito. Tampoco debe criminalizarse. Es una oportunidad que muchos buscan para una mejor vida. Mientras sigamos permitiendo que la violencia y la impunidad sean parte del camino, seguiremos fallando como sociedad y como humanidad.
“Violencia contra migrantes: Una herida que el mundo no quiere ver”: Carolina Ruíz

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