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Globalización de la indiferencia: Dip. Carolina Ruiz

En la opinión de Carolina Ruiz Rodríguez, Presidenta de la Comisión de Atención a Personas Migrantes en el H. Congreso del Estado de Morelos.

Gracias, en gran parte, al desarrollo de las tecnologías de la información, recibimos miles de impactos noticiosos y publicitarios al día, y millones cada año. De estos, de acuerdo con la agencia NEUROMEDIA, solo somos capaces de retener, en promedio, un máximo de 18 mensajes diarios que logran captar nuestra atención, conectar con un significado y generar un recuerdo. **

Víctimas de esta sobrecarga informativa —donde no todo son noticias positivas, reales o publicidad esperada— vamos construyendo una especie de coraza frente a esta intoxicación de mensajes diversos.

Ello nos conduce a una creciente indiferencia hacia lo que ocurre en el mundo, especialmente cuando no tiene un impacto directo en nuestra vida cotidiana. Este bombardeo intensivo de información genera, paradójicamente, desinformación: confundimos lo real y verdadero con mentiras o verdades a medias.

Poco a poco, nos vuelve indiferente el dolor ajeno; normalizamos la violencia; nos acostumbramos a vivir con riesgos constantes, con miedo, y a aislarnos de la vida en comunidad para centrarnos únicamente en nosotros mismos y, en el mejor de los casos, en nuestros familiares o en círculos muy cerrados de convivencia.

Dejamos de preocuparnos por problemas comunes como los relacionados con el medio ambiente, la vida en sociedad, el futuro compartido o el bienestar colectivo. Comenzamos a priorizar el individualismo y el consumismo, poniendo por encima nuestra satisfacción personal y dejando en segundo plano las necesidades y la solidaridad hacia los demás.

Todo esto es lo que Jorge Mario Bergoglio aborda en su encíclica Laudato si’ y lo denomina “globalización de la indiferencia”. Esta expresión fue popularizada por el Papa Francisco al referirse a los naufragios de migrantes en el Mediterráneo, particularmente aquellos que intentan llegar a Italia a través de la isla de Lampedusa.

De hecho, el corredor migratorio que va de África a Europa, por el Mediterráneo central, es la ruta más mortal del mundo. Entre 2014 y 2025, según la Organización Internacional para las Migraciones, han muerto en esta vía —a la que el Papa Francisco llamó “mar de lágrimas y muerte”— al menos 25 mil 240 personas.

Apenas el miércoles 13 de agosto, al menos 26 migrantes murieron tras el naufragio de una embarcación que había partido desde Libia y comenzó a hundirse cerca de Lampedusa. De acuerdo con reportes de prensa, al menos 60 personas fueron rescatadas y llevadas a tierra, pero entre 15 y 20 permanecían desaparecidas. Estas víctimas se suman a los casi 900 migrantes que han perdido la vida en el Mediterráneo Central, solo en lo que va de 2025.

Frente a esta tragedia, algunas voces condenaron el tráfico de vidas humanas que ocurre en la zona, mientras que otras responsabilizaron a los países de origen y llamaron a los gobiernos a restringir aún más las vías legales para migrar.

Esta es la globalización de la indiferencia: poco importan las historias truncadas de miles de migrantes mientras no nos afecten directamente. Se buscan responsables más para evadir culpas que para prevenir nuevas tragedias.

En México, nos preocupa lo que sucede con nuestros connacionales en Estados Unidos, pero poco o nada lo que ocurre en Europa u otros corredores migratorios del mundo. Y, hay que decirlo, al mundo también le interesa poco o nada lo que pasa con la persecución de migrantes en territorio americano, las deportaciones, la caída en el envío de remesas a nuestro país o la separación de familias mexicanas, aunque se trata de un problema global.

Ante todo ello, urge alzar la voz sobre lo que ocurre en el tema migratorio. De nada sirve condenar lo que pasa fuera de nuestras fronteras cuando, en nuestras propias comunidades, somos indiferentes al dolor de miles de hermanos migrantes que dejan sus pueblos de origen —muchos de ellos indígenas— para enfrentar maltrato en las grandes ciudades. O con los migrantes de paso, que buscan aún el cada vez más lejano sueño americano.

Es urgente despertar la conciencia y generar empatía, solidaridad y compromiso con lo que implica vivir en sociedad, en un mundo globalizado y lleno de retos y riesgos que debemos mitigar y erradicar.

Debemos hacer del mínimo común nuestro máximo propio, dejar atrás esta “globalización de la indiferencia” y evitar lo que en el siglo XIX dijo Oscar Wilde: “Vivimos en una época en la que ciertas cosas innecesarias son nuestras únicas necesidades”.

Fuente: https://www.merca20.com/estamos-intoxicados/

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