En la opinión de la diputada Carolina Ruiz Rodríguez
Las terribles imágenes de los enfrentamientos entre migrantes y residentes de origen mexicano contra elementos de seguridad en los EE.UU. han dado la vuelta al mundo. No es que la violencia haya estallado, sino que quedó en evidencia el difícil clima que enfrentan a diario nuestros connacionales en el vecino país del norte.
Ante ello, vale preguntarnos ¿qué hay más allá de lo que vemos en medios de comunicación o redes sociales sobre lo que acontece en Los Ángeles? ¿Qué piensan los mexicanos que allá viven, sobre lo que ocurre? ¿Qué ha fallado o dejado de hacer el gobierno de nuestro país?
Agradezco al periodista, podcaster y empresario morelense, Miguel Ángel Isidro, con 15 años en los EE.UU. que nos dé su testimonio no como comunicador, sino como migrante, sobre lo que ocurre estos días en varias zonas de Los Ángeles y nos permita compartirlo de manera íntegra, en este espacio:
HUÉRFANOS DE DOS NACIONES
Por Miguel Ángel Isidro
“Uno no es de donde nace: es de donde la hace”, es una frase que constantemente me ha repetido mi madre cuando la vida nos pone en circunstancias en las que debemos dejar nuestro lugar de origen para ir en busca de mejores oportunidades.
Sin embargo, los hechos registrados en recientes días en la Ciudad de Los Ángeles, California, donde bajo instancias del gobierno de Donald Trump se perpetraron operativos masivos de arresto y deportación de personas migrantes -sin mandato judicial ni respeto al debido proceso-, amén de las manifestaciones de repudio por parte de la comunidad latina a las intromisiones del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés), pone en evidencia un aspecto dramático de la presente crisis migratoria entre México y los Estados Unidos: los migrantes mexicanos se encuentran solos, ante el acoso de un gobierno xenófobo y la inoperancia de una administración que todo lo pretende remediar con declaraciones airadas y buenos propósitos, pero con escasa operación en territorio.
Aunque el escenario mostrado en Los Ángeles con la intromisión de elementos de la Guardia Nacional y la Infantería de Marina, así como la reacción de algunos manifestantes radicales no deja de ser impactante, lo cierto es que los hechos de los días recientes son apenas los primeros hervores de un ambiente de radicalización que lleva cocinándose a fuego lento desde hace por lo menos tres décadas.
A mediados de la década de los 90”s, con la firma del Tratado de Libre Comercio parecía acercarse la posibilidad de un gran acuerdo migratorio entre México y Estados Unidos en aras de la integración económica regional; sin embargo, al poco tiempo quedó en evidencia que el verdadero interés de la parte norteamericana era conseguir mano de obra y materias primas baratas, además de expandir el mercado para sus manufacturas; el gobierno mexicano sólo buscó facilitar el crecimiento del capitalismo local con mayores posibilidades de expandir negocios con capital extranjero. La legalización de los trabajadores migrantes mexicanos ha sido postergada repetidamente por los gobiernos de ambos países. Republicanos y demócratas, priistas panistas y morenistas por igual han preferido seguir postergando el asunto indefinidamente; algunos de sus representantes lo desempolvan eventualmente como material de campañas electorales.
De manera por demás hipócrita, políticos mexicanos y norteamericanos han jugado con las expectativas de la comunidad migrante, pero se han limitado a sacar provecho de ella cuando les resulta conveniente.
En los Estados Unidos, republicanos y demócratas han manipulado a su conveniencia el tema migratorio; algunos prometiendo beneficios que nunca se aterrizan y otros tantos -como en el momento actual- azuzando la polarización entre la población migrante “con papeles” y aquellos que carecen de un estatus regular.
Desde las épocas del salinismo, los políticos mexicanos se llenan la boca con grandilocuentes discursos sobre los “hermanos paisanos” y no desaprovechan ningún evento cívico, cultural o deportivo para hacer gala de un exacerbado patrioterismo, pero en términos llanos, de los migrantes solo interesan las millonarias remesas que apuntalan la economía mexicana, pese a las cifras alegres de los gobiernos en turno.
El colmo del descaro llegó con el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, que llegó a celebrar el incremento en las remesas como un logro de su gobierno, en el colmo de la negación de la realidad económica de cientos de comunidades que dependen sobremanera del dinero enviado por miles de trabajadores que terminan expulsados de sus comunidades de origen ante la falta de oportunidades de crecimiento económico, ya sea por la precariedad de los empleos o peor aún, por el acoso del crimen organizado y la violencia criminal.
Es de vital importancia que el actual gobierno federal enfrente esta crisis de manera efectiva y con acciones concretas. La llamada “austeridad republicana” ha disminuido de manera dramática los alcances y cobertura de la red consular de México en los Estados Unidos, fuera de los grandes núcleos urbanos de entidades como California, Texas o Arizona, nuestros connacionales carecen de una representación diplomática cercana y efectiva; las oficinas consulares se asfixian entre la carencia de recursos y la presencia de funcionarios que parecen haber llegado a esos espacios por el pago de favores políticos más que por una probada eficiencia en el servicio público.
Es vergonzoso que la Presidenta Claudia Sheinbaum haya llegado al punto de mostrar mayor preocupación por la amenaza de un impuesto a las remesas que por el establecimiento de una mesa de trabajo binacional que permita alcanzar acuerdos en materia migratoria atendido a las particularidades de cada comunidad, porque de este lado de la frontera se sabe bien que es muy distinta la situación que viven los paisanos en entidades como California o Texas, que la que se vive al interior de la llamada “América Profunda”, entidades donde el presidente Donald Trump tiene su mayor base de apoyo, y donde los casos de discriminación y acoso alcanzan niveles intolerables.
Lamentablemente, los gobiernos de ambos países se limitan a escuchar a sus seguidores. Trump y Sheinbaum están cegados por la soberbia, convencidos de sus niveles de popularidad les resultan una cómoda plataforma moral desde donde pueden justificar su acción o inacción ante la crisis que amenaza la estabilidad de familias y comunidades enteras en ambos lados de la frontera.
Y en medio de todo ello, la comunidad migrante mexicana permanece en la incertidumbre, huérfana de dos naciones.
Como dice la canción de Los Tigres del Norte “yo no crucé la frontera: la frontera me cruzó”.
Presidenta de la Comisión de Atención a Personas Migrantes en el H. Congreso de Morelos
Violencia anti inmigrante en los Ángeles: Carolina Ruíz Rodríguez

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